Tu hogar en un bus

Tu hogar, está donde estás tú. Incluso en un autobús. ¿No sabes de qué estamos hablando? Danos tres minutos…

Reconócelo… hoy ha sido un día duro. Llevabas todo el día esperando para llegar a casa. Después de tanto atasco y tanta reunión, sólo quieres llegar y ponerte tus zapatillas, tu pantalón con agujeros (que antes era azul y ahora es transparente) y “tu camisa favorita”.  Necesitas oír lo que tu sofá tiene que decirte cuando te sientas en él… ¡Puffffff! ¿Lo oyes? Es el sonido que acaba con el horrible día que has tenido y que hace sentirte taaaaaaaaan bien. Ya estás mejor. ¡Qué bien se está en casa! En tus dominios. En tu hogar. Es lo que se siente al pasar tanto tiempo en un sitio… que lo haces tuyo. Aunque puede que no siempre… Quítate “la camisa”, tus pantalones invisibles y esas cómodas zapatillas…

Ahora, quítate “la camisa”, tus pantalones invisibles y esas cómodas zapatillas… Estás en un sleeping-bus (autobús con tres filas de literas) en alguna parte de Laos. 

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Saliste de Lijiang (China) antes de ayer y aún te falta para llegar a Luang Prabang. Si te pones a contar, llevas 32 horas de traslado y aún te quedan otras 11. “La cama” es dura y pequeña. Sin duda, no pensaron en tus medidas a la hora de diseñarla. No se reclina lo suficiente y tampoco llega a tener el ángulo de un asiento normal. El aire acondicionado glaciar te da en toda la cara y no lo puedes cerrar, ni desviar, ni esquivar. Dicho surtidor, salpicaba generosamente de agua tu cara bache sí bache también, pero hace 430 km conseguiste tapar la fuga con el rollo de papel higiénico de emergencia que siempre llevas encima (ya veremos qué pasa cuando paréis en un bar de carretera sin papel en el baño).

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A pesar de ser las tres de la mañana, el conductor ha puesto por cuarta vez y a todo trapo, un dvd de karaoke chino. Los baches y las curvas hacen que te muevas al ritmo de la música y las luces “de interior” verdes, rojas y azules, te hacen creer que estás en un after. Todo es ideal. Como vais todos descalzos y sin duchar… ya ni distingues a qué huele aquí dentro. Te apoyas con fuerza en el pañuelo que usas para separar tu cara de “la cama” y luchas con los mosquitos que después de matarlos con rabia, resucitan una y otra vez como “mosquito fénix”. La gente habla sin parar, pero como lo hacen en chino, te da por pensar que lo hacen sobre Góngora o el Impresionismo.

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Al fin y al cabo, es peor oír una conversación telefónica en tu idioma sobre “una increíble receta de pisto riquisisisísima que vi en televisión el otro día”. De vez en cuando paráis en algún bar de carretera para comer “no sabes qué” e ir al baño “de urgencia” (a partir de la décima hora de viaje aprendiste que el truco, es beber cuando lo hace el conductor). ¿Por qué te estás haciendo esto? ¿Es algún tipo de suicidio emocional? El caso es que, al principio de los tiempos, decidiste viajar así porque querías hacerlo como “la gente de aquí”. Querías sentir lo mismo… y la verdad es que lo estás consiguiendo. Curva tras curva… y entre medio, tormenta de baches.

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Aunque al principio todos tus compañeros de viaje eran unos completos desconocidos… ahora os sonreís con complicidad en las rectas y en las cuestas. Os miráis con resignación en las curvas y en los frenazos. Os intercambiáis pistachos por galletas de chocolate. Incluso, intentáis entablar una conversación imposible sin inglés de por medio. Es más divertido así… utilizando los gestos.

Como todo llega en esta vida, el autobús también lo hace a su destino. Te despides con cierta pena de todo y todos, y no entiendes muy bien porqué. Te duele todo, hueles bastante mal (o eso crees), casi no has dormido y has comido “irregularmente tirando a mal”, pero… ahora que lo piensas en frío, te has sentido a gusto. Le habías cogido cariño a tu metro y medio de “cama”. Te habías hecho a él. De alguna manera, ese incómodo autobús, ha sido un hogar para ti porque ahora ya no te importa lo bonito o cómodo que era… Te importa lo que viviste ahí dentro y seguro-seguro-seguro… que no lo vas a olvidar nunca. Sin embargo, ya no recuerdas la noche impersonal que viviste en algún frío hotel sin personalidad en… ¿dónde?… No, definitivamente no te acuerdas.

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