¿Y si las ciudades del futuro se construyen con basura?

Tal vez Wall-E no era una simple película de animación, sino una idea visionaria sobre nuestro próximo futuro. La Tierra se había convertido en un enorme vertedero y el pequeño robot se encargaba de acumular la basura, seleccionarla, compactarla en bloques y almacenarla para ser reutilizada. Claro que los guionistas no nos acababan de aclarar cómo.

El proyecto Rapid Re(f)use Waste, de la compañía norteamericana Terreform, podría dar sentido por fin al trabajo de Wall-E: transformar todo aquello que no queremos y tiramos en suministros y materiales de construcción con los que remozar y rehabilitar los actuales edificios e infraestructuras y dar una respuesta sostenible al crecimiento urbanístico.

Partamos de un hecho: tenemos un grave problema entre manos. Cuanto más crecemos, más desperdicios acumulamos. China, el gigante que promete dominar la economía mundial en las próximas décadas, aumenta cada año un 6% el volumen de su basura; Brasil –otro gran mercado emergente– ha incrementado en un 10% el número de vertederos; India, que vive una colosal modernización tecnológica, no sabe ya qué hacer con su ‘e-basura’ (ordenadores, teléfonos y televisores obsoletos), un 500% más abundante que hace cinco años.

Los desechos nos rodean y ya no vale con meterlos debajo de la alfombra ni basta con quemarlos en plantas incineradoras que convierten la porquería sólida en gases que podrían favorecer el efecto invernadero y el calentamiento global.

La tierra prometida de los que pretenden seguir viviendo en un planeta relativamente limpio está en el reciclaje. Los avances en este campo son muy importantes: cada vez más objetos se fabrican pensando en que sus materiales sean reutilizados posteriormente. Al mismo tiempo, nuevas técnicas industriales están logrando una mejor selección de los materiales desechados y soluciones innovadoras para que puedan ser aprovechados.

Sin embargo, pocas propuestas resultan tan sorprendentes y fascinantes como la de Terreform. Hablamos de volúmenes ingentes de basura clasificada, compactada y transformada en los materiales más diversos gracias a la revolucionaria tecnología de las impresoras 3-D.

Recuperemos a Wall-E para explicar la tarea: el robot divide los desperdicios en metal, madera, plástico, desechos orgánicos… y lo reduce todo –a través de un trabajo químico y mecánico– a bloques compactos de material en bruto. Esos bloques pueden tener unas características predeterminadas de peso, volumen o tamaño según las instrucciones informáticas dadas a Wall-E con el fin de adaptarse a los objetos de construcción que se pretendan diseñar con ellos: cúpulas, arcos, celosías, ventanas, tuberías…

Con ese material, las impresoras 3-D comienzan su trabajo de fabricación. Imaginemos, bloques de plástico denso como base para placas de revestimiento o aislantes; andamios diseñados con material orgánico con el objetivo de que pasado un tiempo se puedan descomponer con facilidad; piezas y herramientas de metal… Todo es reutilizable para levantar edificios enteros a partir de la basura.

No es extraño que el proyecto Rapid Re(f)use Waste se vaya a poner en marcha en Nueva York, en concreto en los vertederos de Fresh Kills (Staten Island). Hasta allí llegan cada día 33.000 toneladas de desperdicios. Se calcula que un solo neoyorquino produce al año unos 750 kilos. Visualicemos semejante volumen de basura de una forma mucho más constructiva: según los cálculos de la compañía Terreform, con su método de reutilización y todo el material acumulado en Fresh Kills, se podrían construir como mínimo siete nuevas islas de Manhattan.

Si la idea tiene un desarrollo de éxito, no solo estaremos ante una solución fascinante al problema de los desechos, sino ante una alternativa económica para hacer viviendas e infraestructuras más baratas y accesibles. El futuro del urbanismo puede estar en el cubo de basura.

 

Imagen: Terreform 

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